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Derecho a la Privacidad y el Respeto a los Bienes de las Personas por el Mtro. Roberto Mendoza Zarate

Ante los trágicos acontecimientos sociales de violencia en Escuelas del país que replican lo que ocurre en otras partes del mundo, se desplomó un velo que impedía notar una realidad callada y oculta por conveniencias políticas y sociales. Cómodo es afirmar que las cosas están bien pues no lleva a la acción por corregir lo quebrantado. Fueron las percusiones de un arma de fuego accionada por un menor de edad que nos lleva a la reflexión y a la necesidad de la atención experta que prevenga conductas antisociales.

Vivimos en un tiempo y espacio compartido con otros seres humanos, y en un ambiente social que varía de región en región por costumbres e idiosincrasias. Más la naturaleza humana es común, reducto de una constante batalla con uno mismo, con las pasiones y los vicios que la animalia imprime, que nos aleja del ser civilizado al que nos llama la conciencia y la metafísica. El ser pseudo humano pretende lograr los falaces propios fines, producto de los intereses de otros, regularmente adoptados inconscientemente por la influencia de lo ajeno que lleva al deseo y la añoranza. La sociedad capitalista ha vencido a la política socialista, insostenible y fracasado, y ha dejado un muy arraigado reducto consumista que ya no cuenta al ser, sino al tener y al gastar.

El humano lo es cada vez menos y la tecnología automatiza los reflejos, pues ya no se es más lo que se piensa sino lo que se publica en los entornos cibernéticos.

Por lo anterior, no debemos olvidar que como personas tenemos derechos y obligaciones, dignos de ser respetados y hechos valer, pero deben ser producto de un recíproco comportamiento que eliminen la sospecha y la mala fe. Realmente es difícil evitar tragedias si en vez de cultivar conductas loables y socialmente admitidas, pensamos negativamente de los demás y asimismo la suspicacia como el común denominador de las relaciones interpersonales. Claro es que, en la contienda entre la prevención de las tragedias y el vilipendio a la propiedad ajena mediante la invasión y revisión de los objetos personales, la primera resulta la menor afectación, sin embargo, dichas políticas por efímeras para evitar el desastre resultan ineficientes en el tiempo pues vuelven impráctico un proceder que priva del tiempo que se nos va en la cadencia del andar cotidiano. Generalizar las revisiones emularía la experiencia de ingresar a un edificio con la del viaje aéreo.

Por lo previo, la responsabilidad parental que implica una preocupación democratizada en una revisión y vigilancia de las conductas y comportamientos debe partir desde el hogar, siendo así más fiable y activa, no solo en un sentido práctico sino en la plena asunción de las consecuencias de los propios actos y que llevan a imputar culpas donde se debe y a despertar conciencias para prever infortunios que siempre serán objeto de penumbra y desolación.

Aquellos que impulsan el cultivo de la prevención de las conductas antisociales merecen un nicho atesorado pues serán quienes salven a la sociedad de su propia extinción.

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